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Sofia Granger
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El despacho de la rubia se encuentra en la torre norte, cerca de donde imparte la clase de Adivinación y con una ventana que da a los terrenos del castillo y desde donde se pueden ver los invernaderos donde imparte la clase de Herbología. Dentro del despacho, apenas entrando se puede ver un escritorio de madera, no muy ostentoso, el cual siempre esta lleno de pergaminos que corregir y algunas anotaciones.
Del lado derecho, pegado a la pared, tiene un librero lleno de los principales libros de adivinación que se pueden conseguir tanto en la comunidad mágica como en el mundo muggle. Siempre es bueno saber como ven la Adivinación los no mágicos. Del lado izquierdo, y usado como división, un librero con todo lo que ha conseguido sobre herbología. Al lado de este, una pequeña sala con algunos libros sobre la mesa de centro, una bola de cristal, un mazo de cartas y una maceta con un espécimen de mandrágora que esta estudiando pues parece tener problemas de crecimiento. Al fondo dos puertas, una que da a sus aposentos personales, que usa entre semana para no tener que ir al pueblo y otra, que da a un pequeño invernadero, donde tiene sus plantas mas preciadas, o las nuevas plantas que agregara al invernadero principal una vez que se asegure que no mataran a un alumno.
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Como de costumbre, su escritorio estaba solo y ella estaba sentada en la sala con unos lentes puestos y mirando de cerca las hojas de la mandrágora, estas estaban descoloridas y pequeñas. No daba con el problema de aquella planta, ya había intentado de todo, le cambio la tierra, le hecho el mejor fertilizante y le proveía cuidados personalizados, ninguna de las otras estaba mejor cuidada que ella, pero esta parecía no reaccionar con nada.
- vaya, que haremos contigo, ¿sera que estas deprimida? - bufo la rubia mientras se quitaba los lentes y se recargaba cansada en el respaldo del sillón donde estaba sentada. Se sobo el puente de la nariz y decidió que por ese día no podía hacer mas por ella. Al siguiente día le llegaría un libro especializado en mandrágoras y seguro ahi encontraría la solución o si no, tendría que resignarse a que aquel espécimen terminaría muriendo.
Se levanto para recoger un poco su desastre, guardo el mazo de cartas en su escritorio y coloco la bola de cristal en un espacio del librero donde siempre la tenia, pues aquella era su bola personal, no la tocaba nadie salvo ella, las de los estudiantes las tenia en el aula, junto con un montón de cosas mas para el aprendizaje de aquellos que se interesaban en su materia.
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